Leica Format, de Daša Drndić (Automática) Traducción de Juan Cristóbal Díaz | por Juan Jiménez García
Cuántos equívocos, cuantas opiniones interesadas, cuántas cacerías de brujas,… Sobre las bombas, sobre las ciudades y pueblos reducidos a ruinas y hasta polvo de ruinas. Sobre los muertos y los que sobrevivieron a esos muertos. La guerra, las guerras de los Balcanes fueron como una Primera Guerra Mundial a escala reducida y de nuevo estaba Serbia ahí. Era el viejo mundo frente al nuevo mundo, cuando creíamos que la Historia había llegado a su final. La suya y cualquier otra. La Guerra Fría solo había congelado los rencores y unos y otros esperaban el deshielo para seguir con esta historia natural de la destrucción. Tras la muerte llegaron los juicios, públicos o soterrados. Pero ¿y las personas? ¿Y todos aquellos que sobrevivieron en un lado y otro? Los desplazados, los perseguidos en todas partes, los perdedores, los vencedores que también habían perdido. Daša Drndić escribió un extraordinario libro sobre el Holocausto, Trieste. Ahora (aunque en realidad es anterior) aparece Leica Format, que es también un libro sobre la normalización del horror.
Como un collage en el que se superponen, se entrecruzan las historias (y qué es la vida), Leica Format avanza trenzándose sobre nuestro cuerpo a través de una escritura fabulosa. Fabulosa por cómo está escrito aquello que debe escribir y porque las palabras recorren ese laberinto lleno de minotauros y trampas que son los Balcanes. La protagonista (en la que intuimos a la propia escritora) se ha tenido que marchar de Belgrado. ¿Cómo vivir ya allí siendo croata? A esta pregunta, tan fácil de responder por aquellos que responden con facilidad a cualquier cosa, Daša Drndić enfrenta otra, aún más compleja y ya no tan agradable. ¿Cómo vivir en Croacia siendo croata pero tras una vida en Serbia? Entre los restos de un pasado en común, no necesariamente desgraciado, pero más aún, dejando atrás una vida que poco tiene que ver con las miserias colectivas de la Historia. Una vida a escala uno unos millones. El idioma se convierte en un triste campo de batalla de andar por casa. Palabras que nos delatan, que nos señalan, que provocan desprecios y, por tanto, resistencias. Esos pequeños odios que, sumados, provocan guerras interminables, heridas nunca cerradas y, eso sí, muertos eternos. La protagonista no es nadie, poca cosa. Poca cosa para esas historias nacionales, tanto trapo ondeando al viento, tantos dioses. Y tras todo eso, las miserias de siempre.
Entre esos días, esos combates por el presente que no renuncia al pasado y desconfía del futuro, Daša Drndić traza una historia terrible de la experimentación médica sobre humanos, sobre enfermos mentales, sobre los excluidos por la sociedad, una sociedad a la que nada importan. Podemos pensar que es una historia, como tantas otras pesadillas, del nazismo. Recordar aquellos niños (y no solo) que murieron en aberrantes programas de experimentación, tratados ya no como cobayas, sino como despojos. Podemos llegar incluso hasta las prácticas japonesas sobre prisioneros, que eran todos aquellos invadidos. Pero cuando intentamos acotar para nuestra comodidad toda esa oscuridad, entonces aparecen las revelaciones de que esas pruebas ya existieron y que no solo existieron, sino que han continuado poco menos que hasta nuestro tiempo, con el beneplácito de los gobiernos y el fervor de compañías farmacéuticas. Y cuando pensamos por qué la escritora croata enlaza una cosa con otra, cuando buscamos esa conexión, que no puede ser fruto del azar, entendemos que el ser humano no ha sido más que una rata de laboratorio arrastrada por todas las corrientes. Un gigantesco experimento para comprobar nuestra capacidad de resistencia al dolor, que debe ser infinita. Y que la vida, la de verdad, siempre está en otra parte. En otra parte que no entiende de guerras ni de fronteras ni de religiones. Que no es algo grande, sino, por el contrario, tremendamente pequeño. Tan pequeño que cabe en nuestro interior, conviviendo con nuestros miedos, nuestros temores, las esperanzas y los recuerdos terribles o felices. Nadie es inocente. Todos formamos parte de esos experimentos y siempre encontramos a alguien a quién considerar inferior y hasta prescindible, aún más que nosotros. Lo inferior. El otro. ¿Cómo sorprenderse por las noticias de cada día si son las mismas que noticias desde hace siglos, tal vez siempre? Una historia del dolor. Una historia de la derrota de cada día.